El Señor, nos va llamando a lo largo de nuestra vida para colaborar con Él. Unas veces aquí, otras allá, otras más allá….pero siempre que hay una llamada, debe haber una respuesta.
En mi caso, una respuesta desde el Evangelio y, aunque esta respuesta me llevó años darla, creo que se dió en el momento en el que estaba madura para poder dar el paso.
En ningún momento sentí inquietud, ni nerviosismo ante algo que, para mí era desconocido. Al contrario, había mucha paz y una inmensa ilusión.
Fui acogida con los brazos abiertos tanto por Salvador y Mercedes, cómo por los voluntarios que llevaban ya muchos años colaborando con este precioso proyecto.
Desde el primer día tomé conciencia de lo que significaba el inmenso campo de la pobreza y, por esa razón, sentía que tenía que “descalzar el alma, porque lo que tenía delante era terreno sagrado”.
Y así, empieza una nueva etapa en mi vida. Tengo ante mí todo un reto. Personas con rostro concreto, con nombre propio y con historias dolorosas y lacerantes que, han sido acogidas en Acomar, para curar sus heridas y acompañarlas en su proceso para recuperar su dignidad. Ser escuchadas, queridas, acompañadas. Personas que ya han dejado de ser “invisibles”.
Estos meses han sido de aprendizaje contínuo. Cada tarde es un nuevo descubrimiento, es una nueva experiencia. Es descubrir que el ser humano puede caer muy bajo, pero que, también, con un inmenso amor, puede ser levantado y abrazado para emprender un largo camino de esperanza.
Acomar, no se puede entender si dejamos a un lado a la Providencia Divina. Esta Providencian que, ha acompañado a Salvador y a Mercedes a lo largo ya de 26 años.
Ellos creyeron en el Evangelio y que, de la mano de Jesús y de su madre, María era posible sentarse al lado de los que nada tenían y empezar dando todo lo que tenían: “un bocadillo y un café con leche”. Pero, seguros que eso se multiplicaría y se haría realidad: “dadles vosotros de comer”.
He podido reflexionar a lo largo de estos meses para darme cuenta que hay proyectos que sólo pueden venir de Dios. Ya lo dice Hechos de los Apóstoles: “dejad a estos hombres, si es obra suya se deshará, pero si es de Dios no tenéis nada que hacer”.
Cómo se puede permanecer 26 años, llenos de problemas y dificultades si esta empresa no la lleva el Señor?.
Esto en cuánto a lo material. Tener recursos suficientes para atender a tantísimas personas, cada día, cada semana, cada año y así hasta 26!!!.
Pero la parte más hermosa es la de poder mirar a cada acogido y saber que ahí está Jesús. Con ese sufrimiento concreto, con esa lucha diaria para no volver a caer, para volverse a levantar…porque siempre habrá alguien que le dirá con un inmenso cariño: “venga levanta y vamos a intentarlo juntos”.
Cada bolsa que se prepara, cada tarrina que se envuelve, tiene como destino una persona concreta, con sus luces y sus sombras.
El primer día cuándo volvía para mi casa quería recordar cada cara, cada sonrisa, cada “gracias” que, había recibido esa tarde.
Cada semana se nos informa de cómo van los procesos y yo intentaba ponerle nombre a la cara. Necesitaba acercarme a los acogidos sabiendo que detrás de cada sonrisa que me dirigían había todo un camino recorrido y mucho dolor acumulado.
Después de estos meses ya puedo llamar a cada uno por su nombre. Hablo con cada uno de sus aficiones y la sonrisa y el gracias es mutuo. Ya no es un grupo de personas. Es el mismo Jesús en cada uno de ellos.
Y esta experiencia es un gran regalo del Señor. No por méritos propios sino porque cada día nos sorprende con la novedad de su Amor. Y este regalo se mete hasta lo más profundo del ser y es ahí dónde se produce la maravilla del “encuentro” que, ya no tiene barreras y cada nombre se paladea con dulzura porque ya son “visibles en el corazón”. Gregorio, Alejandro, Pedro, Jorge, José….
Y esta hermosa experiencia la abraza con infinito amor, María, nuestra madre que, nos va susurrando al corazón cómo una suave brisa: HACED LO QUE ÉL OS DIGA”. Conchi (voluntaria de Acomar)
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