En la vida, para construir el bien, deberíamos utilizar más los hechos, que las palabras.
Hace una semana llegó a nuestra
pequeña Casa de ACOMAR, una señora mayor, trayendo un carro de la compra, tan lleno,
que tuvimos que ayudarle para que lo entrara.
Le pregunto: "Pero María (no es su nombre). Por favor, ¿a dónde vas con ese carro tan cargado tu sola?" Me responde: "Pues aquí. Traigo comida para los pobres. Venga, vamos a sacar."
Le
ayudamos y cuando se vació el carro, estaba toda la mesa llena de bandejas de
alimentos y embutidos de todas clases. Su cara de felicidad, de alegría, de
paz… era el fiel reflejo de su alma y lo transmitía.
Le dije: "Pero María, ¿Tanta alimentación?" y me responde: "Mira, yo vivo en esta calle y desde mi ventana veo la “cola” de la gente: pequeños, con sus padres y mayores, que vienen a recoger las comidas que les dais. Y veo que el número de personas va creciendo, pues ya llegan hasta la esquina y da la vuelta. Y como sé que les dais todo lo que tenéis y no tendréis mucho... aquí va mi ayuda. Y si este año no me compro mis zapatos ni otras cosas que me hacen falta, ya me las compraré al año que viene, pero toda esta comida es para los pobres, necesitáis ayuda."
En nuestras almas vivimos aquel
pasaje del Evangelio, en el que Jesús alaba la actitud de aquella mujer que sin
tener más, entregaba lo que tenía para dar gloria a Dios. (Lc; 21, 1, 4)
Sin hablar, nos demostró a todos que en el COMPARTIR con AMOR, lo poco que tenía, estaba la solución para cubrir muchas necesidades de los demás y repartir felicidad.
¡Cuánto hay que aprender cada día!
Con nuestras almas llenas de gratitud y esperanza le dimos las gracias, en nombre tantas y tantas personas necesitadas, que diariamente, durante 31 años, llegan a nuestra humilde Casa. Es la forma más normal, sin grandes proyectos ni estructuras de ir creando un mundo más fraterno.
Salvador.