En este segundo artículo de la serie "¿Dónde está mi yo?",el cofundador de ACOMAR, Salvador Silva, quería hablaros un poco de cómo son las personas que diariamente llegan a ACOMAR y no dejan de repetir que, más que cualquier otra cosa, se sienten abandonadas.
Ellos no han tocado fondo por voluntad propia. La mayoría cuenta con un pasado bastante agitado, un presente incierto y un futuro que no quieren ni pensar en él. Le tienen miedo. Tienen mucho miedo a todo lo que significa incertidumbre.
Están cansadas de no estar, de no de vivir, porque abandonadas no se puede ni estar ni vivir dignamente.
Sus compañeras más fieles son sus carencias. No tienen nada y no exigen nada a los demás. No solo echan en falta una toalla con la que poder lavarse, unos calcetines con los que no congelarse los pies en invierno o una cuchara con la que llevarse la sopa a la boca; más que nada, ellos echan en falta un amigo con quien dialogar y que tenga todo el tiempo del mundo para poder escucharlos.
Algunas de ellas nunca imaginaron verse en esta situación. Pero un día todo se complicó y desde entonces se sumergieron en una vorágine de catástrofes que parecía no tener fin.
Por ello, nunca podemos estar seguros de nada, nunca podemos decir que "de este agua no beberemos". Nunca sabemos qué nos puede pasar el día de mañana.
Mientras escribo, me viene a la mente un refrán que mis padres me decían cuando un mendigo se acercaba a nuestra casa en busca de limosna, en una época en la que no había para comer, pero sí había fuerza para compartir y ayudar a los demás:
No le niegues el pan al pobre que de puerta en puerta llama, quizás te está enseñando el camino que tengas tú que seguir mañana.
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