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viernes, 22 de mayo de 2015

Testimonio de un acogido: "Recomponiendo una guitarra" (Capítulo II)

Sabíamos que esta vez nos había tocado un caso muy complicado, pero a pesar de las dificultades y del resto de personas a las que también debíamos atender, nunca nos rendimos. 
De mutuo acuerdo con nuestro acogido, acordamos que comenzase su proceso de rehabilitación en la Unidad de Conductas Adictivas (UCA) mientras nosotros dábamos cobertura a sus servicios básicos (alimentación, alojamiento, etc). 
De esta forma, se comprometió a abandonar su anterior vida, aunque durante el tiempo que duró su rehabilitación tuvo ciertas recaídas y ganas de renunciar al proceso. Pero él tampoco desistió y siguió adelante. 

Os comentábamos en el anterior capítulo que nos gustaba comparar su vida con una guitarra y pronto nos dimos cuenta de que, paso a paso, estábamos recomponiendo sus cuerdas más debilitadas. 
Para reparar algunas de ellas tuvimos que ahondar en lo más profundo de su corazón y buscar la cura a viejas heridas que todavía permanecían sin cicatrizar. Cuando consiguió liberarse de ellas, el peso era menor y la luz de una nueva vida cada vez le parecía más próxima. 

Hubo un momento en el que percibimos que nuestro acogido se sentía más alegre y contento consigo mismo; y fue justo en ese instante cuando dimos un paso muy importante: le invitamos a que recuperase la relación con su familia. Rezamos mucho para que todo saliese bien y al final obtuvimos muy buenos resultados. Las llamadas telefónicas iniciales dieron paso a bonitos encuentros, hasta que al final llegó el día en el que se reencontró con su hijo. 

Nunca olvidaremos lo feliz que le hacían estos encuentros. Parecía que poco a poco se había convertido en otra persona: en un ser alegre, que transmitía ganas de vivir y siempre estaba dispuesto a ayudar a los demás. Sin darnos cuenta comprendimos que hacía tiempo que nuestro acogido se había rehabilitado y comenzaba a brillar con luz propia.  

Ahora la guitarra de su vida suena con una melodía que contagia a todo aquel que la escucha, sus cuerdas desprenden felicidad; y sus manos se deslizan por los trastes de la guitarra con fuerza y entusiasmo.

Hace cinco años que nuestro acogido permanece con nosotros y la verdad es que no podríamos estar más orgullosos de él. Gracias a Dios, a todos los que hacéis posible la obra de Acomar, y a ti, querido amigo, por recuperar la fortaleza suficiente para vivir de nuevo. 
Pero, sobre todo, gracias por dar vida, ahora, a todos los que la necesitan.